viernes, 28 de marzo de 2008

El Apagón

No entiendo por qué siempre pasa lo mismo, se corta la luz y uno nunca tiene velas a mano, ni hablar de una linterna, ni siquiera aquellas “pseudo linternas”, sí, esas que se consiguen en cualquier viaje en subte o en colectivo a tan sólo dos o cinco pesos como mucho. Qué diablos me habré llevado por delante, no lo sé, sólo sentí algo mullido tocando mis piernas, y siempre tengo que levantarme para ir al baño por la madrugada, qué molesta costumbre me dice siempre Ezequiel. Debí haberlo despertado, pero, ¿para qué?, para decirle que otra vez cortaron la luz, no, mejor dejarlo dormir. A él no le gusta que lo despierten en la madrugada, siempre que lo hago se molesta y está irritado, bueno, siempre está irritado y además me gritaría por no haber comprado velas o no tener una dichosa linterna, o peor aún, me culparía por el corte de luz.
Ay, Dios, cómo es que no encuentro el baño, ¿acaso no conozco mí propia casa?, pero ¿por qué estará tan oscuro?, debe de haber sido un gran apagón, de lo contrario habría algún pequeño reflejo, por algún lugar. ¡¡¡Diablos, maldita sea!!! Me caí, pero… ¿sobre qué?, parece ser algo mojado, no, no otra vez, Niki, Niki lo hizo de nuevo en la casa, pero si lo llevé a la calle antes de dormir, maldito perro, por qué justo ahora. Me cuesta levantarme y ya a esta altura realmente me olvidé de que lo que quería era ir al baño. Estaba tan cómoda durmiendo en mi cama, abrazada a Ezequiel mientras soñaba nuestro viaje a Cataratas en el auto, por la ruta, qué hermoso, Niki asomando su loca cabeza de león por la ventanilla, jadeando por el calor, Ezequiel manejando, claro, nunca deja que yo lo haga, cuida a su auto más que a su vida, lo quiere más que a su hijo, si lo tuviera, si lo tuviéramos. Qué hermoso, el cielo está tan despejado y el viento que entra en el auto se siente tan fresco a pesar del calor, y Ezequiel, Ezequiel está tan bello, tan sonriente como pocas veces, pero pronto el cielo comienza a tornarse gris, la ruta se hace más solitaria y yo, como siempre, queriendo detenerme para ir al baño. Teníamos que encontrar una parada pero no había ninguna cerca, hasta que encontramos una y fue justo ahí cuando me desperté, justo cuando estaba por satisfacer mis tan ansiadas ganas. Y desperté, sólo para saber que me estaba muriendo por ir al baño, pero de verdad. ¡Dios!, odio cuando me pasa eso. En fin, creo que ya estoy llegando, y no sé cómo diablos voy a hacer para satisfacer mis terribles deseos de hacer pis porque la oscuridad es total y hasta nefasta.
No sé qué es, pero ocurre algo extraño, pareciera como si una pequeña luz estuviera penetrando en el cuarto de baño y se va haciendo cada vez más intensa, pero no logro comprender, ¿estará volviendo la luz?, pero por qué todo parece tan raro; y… ¿qué hacen esos hombres hablándome, gritándome?, por lo menos, eso es lo que veo porque no los escucho. Qué diablos sucede y por qué están en mi baño.
Poco a poco la voz se hace audible:
-¿puede oírnos, puede oírnos?, por favor no se duerma, tranquila, ya estamos acá, no tema.
Pero, ¿quiénes?... ¿cómo? Y ahora abro bien los ojos, sólo para comprender, para comprender lo más horroroso. Estoy manchada de sangre, todo es un río, un río de sangre. Niki a mi lado, empapado, sin su jadeo ya, ni su linda cabellera volando al viento, y más allá, Ezequiel con la cabeza destrozada, destrozada, y sin vida, sin vida, y yo que me voy en una fría ambulancia sola, tan sola….

lunes, 24 de marzo de 2008

Crónica de la ciudad de La Plata

Ciudad planificada que, en los tiempos del fraude y de la oligarquía, supo ser poblada de manera “ordenada” y “ejemplar”. Curioso ejemplo en la demografía argentina. Ciudad que fue pensada y diseñada antes de ser poblada, hoy encierra misterios filosóficos imposibles de resolver pero que merecen ser desentrañados. No se nos ocurra pensar que su historia se limita a las anécdotas sobre la construcción de una catedral. Allá por 1880, de la mano de la federalización de la ciudad de Buenos Aires comienza el proceso de la fundación de la ciudad de La Plata. Proceso histórico que se cristaliza y se hace materia con la colocación de la piedra fundamental en 1882. Cuántos oligarcas oligárquicos la visitaron. Elite terrateniente que sometía al pueblo argentino, ansioso de liberarse del yugo de las cadenas de unos cuantos sombreros de copa.

Ni bien entré a la ciudad de La Plata, tuve esa sensación de antinomias. Claro, Estudiantes y Gimnasia. Los semáforos no tienen amarillo, verde/rojo, rojo/verde. Blanco/Negro, Negro/Blanco. Yin y Yang. Dicotomías que viven y conviven en un mismo espacio, en un mismo tiempo. Me encontré con “El Teutón y la Modelo”, vikingo/princesa. Situarse más allá del bien y del mal. Nietzche.

Si la dialéctica hegeliana me llevaba a pensar que lo universal se manifiesta en lo particular para luego volver a situarse en otra idea de universalidad que volverá a ser abstracta, es porque estaba poniendo demasiada atención en el cartel de aquella parrilla que quedaba sobre la diagonal 74: “El Gaucho Italiano” decía. Falsa dicotomía que, al verla situada sobre un cartel, me causó cierta incomodidad intelectual, histórica, real. Gaucho, criollo, hijo rebelde de las pampas, desobediente, indisciplinado; contra el italiano recién llegado, gringo, hambriento, extranjero, sometido, esperanzado. ¿Qué clase de sujeto histórico es ése? ¿un gringo criollo?

Mientras, sentado en los escalones de la puerta de la facultad de ciencias sociales, pensaba en los desaparecidos de La Plata… Estudiantes, obreros, profesionales, seres humanos aniquilados por una máquina de Terror puesta en funcionamiento desde el Estado. Terrorismo de Estado que fue necesario para que la clase dominante conserve los hilos del poder y el control de la economía y lleve a nuestro pueblo hacia el desastre una vez más… Hacia la dependencia de siempre… Linda ciudad de La Plata. Linda.
Juan Pablo Temelini (2008)

sábado, 22 de marzo de 2008

Regreso al Barrio



Miraba por la sucia ventanilla del colectivo mientras avanzaba por las tristes y apagadas calles de un domingo a la tarde.
Estaba nervioso, como si fuera a tener una cita por primera vez, como cualquier adolescente que va a encontrase con la chica que le gusta y teme no agradarle. Pero no, no iba a una cita amorosa, esta cita era diferente, iba a encontrarse con su pasado. A medida que continuaba el viaje iba pensando tantas cosas, y la nostalgia comenzó a invadirlo. Se recordó de chico jugando en la vereda de su casa en el Parque Chacabuco, en aquella casa, ¡qué linda que era!, con sus grandes habitaciones, su cuartito de juegos y su patio… su patio tan fresco donde todas las tardes sus padres y su abuela se sentaban a matear y a contar una y otra vez historias del pasado en las que desfilaban tíos, primos e incontables personajes, qué hermoso, todavía podía oír el sonido de los pájaros que llenaban la casa con su trinar, acompañando esas charlas. Qué habrá pasado con esa casa. La habían vendido hacía mucho ya, y nunca más supo de ella, ¿estaría igual? Ahora, de hecho, se dirigía hacia ese enigma, quería volver a su hogar, a su barrio, a su origen.
El colectivo llegó a su destino. Se bajó con el corazón palpitándole, tenía que caminar tres cuadras. Qué cambiado estaba todo, los negocios eran otros, la panadería en la que su madre compraba esos deliciosos pancitos de queso ya no estaba y en su lugar había una ferretería. Qué ricos que eran esos pancitos, nunca más probó otros iguales, ¡y las casas!, eran tan diferentes a como las recordaba, ni siquiera la casa de Nicolita estaba ya; Nicolita, como le decían todos, ese pobre pibe que arrolló un colectivo mientras jugaba a al pelota en la calle. Vivía en la esquina de su casa y trabajaba de canillita para ayudar a sus padres, todo el barrio lo quería, cómo lo lloraron. En su funeral había tanta gente que no entraba ni un alfiler, las coronas eran tantas que hubo que colocarlas en la calle. Pobre Nicolita.
Se acercaba ahora a su casa y tuvo una sensación horrible, como si su alma lo hubiese abandonado. La casa no estaba. En su lugar había un gran edificio, muy moderno, con lujosos autos estacionados en el frente. Qué había sido de su patio, de su cuarto, de su terraza, de esa terraza que tanto amaba y que en verano visitaba para ver el atardecer. Le fascinaba eso, el cielo se veía como una acuarela, podía ver los celestes, rosados, anaranjados, todos juntos esfumándose hasta cambiar la tonalidad por completo para terminar convirtiéndose en el azul nocturno. Qué recuerdos aquellos y qué lástima que ya no quedaba nada de todo eso, nada.
Siguió mirando la cuadra, todo era nuevo, excepto por una casa, la casita de ella. Le pareció por un momento haber regresado cuarenta años en el tiempo. Allí estaba, pobrecita, tan sola y tan vieja, librando batalla entre las más jóvenes y dominantes construcciones, y Mirta, ¿qué habrá sido de Mirta? se preguntó. Sus ojos se tornaron grises y un sollozo se ahogó en su garganta, acompañado por un dolor que anudó en su alma. Él no había sido capaz de amarla, con lo sola que estaba esa pobre piba, él pudo haberla ayudado, pudo haber hecho algo por ella, pero no, él nunca había hecho nada por nadie en toda su vida.
Se animó a acercarse a la casa, tocó timbre, quería averiguar si todavía vivía allí. Una mujer mayor, la hermana de la madre de Mirta, lo atendió, y ahí fue cuando se enteró que Mirta había fallecido hacía cinco años, que nunca se había casado, que se había jubilado de maestra y se había quedado al cuidado de su madre hasta que ésta murió; y nada más, nada más necesitaba saber para convencerse de que no había sido feliz. Quizá lo recordó siempre, o tal vez no; él no merecía eso después de todo.
La melancolía se apoderó de su ser, caminó cabizbajo sin saber adonde dirigirse, ¿a qué había ido?, ¿a convencerse?, ¿a eso?, ¿a convencerse del fracaso de su vida? Eso ya lo sabía desde hacía mucho, no había logrado nada en su patética y mediocre vida, no tenía hijos ni familia, ni amigos, nada. Ahora, con sesenta y cinco años, se encontraba tan solo y volvía a su casita con las manos vacías, igual que cuando se fue, sólo que aquella vez se había ido con un bolsito lleno de sueños, ahora ya ni eso.
La tristeza que sentía era insoportable, lo colmaba, ¿para qué seguir? se dijo. Si al menos tuviera el valor para irse con dignidad.
Y así siguió caminando, sin rumbo, con la mente perdida, desvaneciéndose entre las casitas que quedaban, entre los lejanos recuerdos y tratando de encontrar el valor necesario para terminar de una vez con todo….
Eli 2008

domingo, 16 de marzo de 2008

Todos los novios viven en Villa Ortúzar

Nadie sabía muy bien por qué pero era terrible lo que le pasaba a Evaristo por esos días. Triste y erróneamente empecinado en encontrar al gran amor de su vida, se pasaba las tardes en la parada del colectivo 146 de Perón y Bulnes acosando con versos románticos y margaritas a todas las jovencitas que iban a esperar el colectivo. Una tarde -ni muy lluviosa ni muy calurosa-, no muy tarde, conoció a Margarita… No fue necesaria mucha inspiración para el joven poeta, los versos parecían escapar uno tras otro de sus labios. Ella no le prestaba mucha atención y apenas lo escuchaba, mientras parecía buscar algo en su cartera. Cuando por fin Evaristo, luego de dar vueltas y vueltas, admitió su atracción hacia ella y la invitó a tomar unos mates en Parque Centenario, la respuesta de Margarita fue fulminante:
- Mirá, me encanta lo que me decís, pero tengo novio -debió reconocer Margarita mirando para abajo y rascándose la ceja derecha.
- Claro, debí imaginarlo, sos tan hermosa… Y ahora vas a encontrarte con él… -supuso Evaristo.
- Sí, adivinaste.
- ¿Vas a su casa?
- No, no. Vamos a encontrarnos en una esquina por Devoto, donde nadie pueda vernos. Él vive en Villa Ortúzar.
Y ahí nomás se despidieron. Margarita y Evaristo. Y el novio de Villa Ortúzar. Una gran historia de amor se estaba produciendo, pero Evaristo no era el protagonista…
Cuando el poeta se acercó y presentó su caso en la sede del Consejo de Amores No Correspondidos que se encuentra cerca de la estación de Plaza Once, los notables no dudaron, y fueron categóricos:
- Mire, lamentamos mucho su confusión, pero esa señorita no debía encontrarse con usted.
- ¿Cómo? ¿Y por qué no?
- Verá joven, según nuestros registros Margarita ya sufrió dos amores no correspondidos, un desencuentro y una traición fatal. Ahora ella ha encontrado al gran amor de su vida. Y usted no puede hacer nada para evitarlo.
- Claro, ¡porque yo seré el gran amor de su vida!
- Lamentamos desilusionarlo, pero el gran amor de Margarita vive en Villa Ortúzar. Todo lo que le dijo es verdad.
Y ahí nomás se apagó la lamparita que colgaba del techo, todo quedó a oscuras y la puerta de chapa se abrió para que Evaristo saliera sin escándalo. Pasaron días y días, pero no se animaba a volver a la parada del 146, además nada le aseguraba que Margarita estuviera allí. Noches en vela, mil y un pañuelos descartables chorreantes de lágrimas. Pasaba el tiempo pero Evaristo no podía entender que Margarita no fuera su gran amor.
Muchos meses tuvieron que pasar para que Evaristo lentamente pudiera retomar el rumbo de su vida. Debía encontrar al gran amor de su vida. Sus amigos y sus vecinos se reían a sus espaldas porque siempre andaba sólo y nunca le habían conocido a ninguna novia.
Triste y obsesionado decidió cambiar la estrategia para encontrar a su gran amor. Y así comenzó a ir todas las mañanas al bar de la esquina de Avenida Córdoba y Uriburu. Una mañana -ni muy soleada ni muy nublada- Evaristo conoció a Violeta… Estuvieron hablando mucho, y en menos de dos horas parecía que habían resuelto todos los problemas del mundo y del corazón. Hasta que Violeta observó su reloj y pareció recordar que debía irse. Unos minutos antes Evaristo le había dicho a Violeta que sus ojos parecían dos estrellas, que sus labios eran miel, y hasta que estaban hechos el uno para el otro. Pero Violeta insistió en pagar ella. Salieron del bar y Evaristo arremetió:
- ¿Para dónde vas?
- Voy para Plaza Once.
- Ah, ¡fantástico! -gritó esperanzado Evaristo.
- Sí, me tomo el 132 y allá me tomo el 19, para Villa Ortúzar, mi novio vive allá.
Todo parecía derrumbarse para Evaristo. Uno a uno veía a sus sueños desplomarse desde el peldaño más alto de la escalera más alta.
- Ah, ¿sí?
- Yo también tengo que ir para Plaza Once, tengo algo muy importante que hacer por allá.
Y sin dudarlo, Evaristo se dirigió hacia la sede del Consejo de Amores No Correspondidos, una vez más.
- ¿Y ahora? ¿Qué me dicen ahora?
Evaristo explicó su nuevo caso frente al Consejo, pero una vez más los notables fueron categóricos.
- Verá, pensamos que luego de la experiencia anterior usted había comprendido…
- ¿Comprender qué?
- Mire, usted será miembro del Consejo en unos cuantos minutos. Usted está destinado a enamorarse de mujeres ya enamoradas, y todas tendrán su novio en Villa Ortúzar.

Juan Pablo Temelini (2008)

miércoles, 12 de marzo de 2008

Quién o qué

Y quién nos lleva por los senderos de la vida, quién manipula nuestros hilos, quién o qué nos conduce a la existencia de infortunios o de venturas, de lujurias o decoros, de suntuosidades o miserias, ¿quién?, ¿qué?
¿adónde vamos?, ¿para qué?, ¿cómo nos encontramos enredados en el ser, entremezclándonos con otros seres, con sus dudas, con sus miedos, con sus alegrías, con sus tristezas, con sus prejuicios, con sus culpas, y a su vez, con nuestros miedos, nuestras alegrías, nuestras tristezas, nuestros prejuicios, nuestras dudas, nuestras culpas? Todos perdidos, seguro, tratando de encontrar una salida, una llegada, buscando el camino, tropezando en el intento y enderezándonos, cuando podemos, encontrándonos tanto en la vigilia como en el sueño, como en el sueño...quizá sea eso y nada más, tan sólo un sueño, o tal vez, ni siquiera eso, y mientras avanzamos, o no, seguimos preguntándonos cómo escapar de los eternos laberintos de la vida.